Estás en el año 2050. ¿Qué ves a tu alrededor? ¿Cómo está la gente? ¿Cuál es el sistema político? ¿En qué estado se encuentran los ecosistemas?
Si todo lo que te ha venido a la cabeza tiene mucho más que ver con Black Mirror o el apocalipsis que con un mundo justo, democrático e igualitario, debes saber que no es casualidad. Piénsalo bien, ¿cuántas series, películas o libros futuristas se enmarcan en un futuro distópico? El catastrofismo apocalíptico esta cuidadosamente definido para desmovilizarnos.
Esto afianza la idea de que vivimos en un realismo capitalista del que no es posible escapar, así que nos aferramos a la nostalgia y a un pasado idealizado sin darnos cuenta de que pensar en el futuro nos produce angustia. omo describe Layla Martínez en su ensayo “Utopía no es una isla: Catálogo de mundos mejores”, gran parte de la oferta cultural se basa en remakes o ficción ambientada en el pasado porque no somos capaces de imaginar un futuro mejor. El colapso paraliza. La pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo es posible seguir pensando teniendo en cuenta que los jóvenes consideran que la suya es la generación de la extinción?
Desde la Fundación Platoniq defendemos la cultura como alternativa al desarrollo y como base para la cohesión social. Por eso lanzamos un nuevo volumen del Wilder Journal centrándonos en la idea de Cultura Futura y el nacimiento de la Escuela de Creatividad y Democracia, un espacio de aprendizaje apoyado por la Open Society Foundation donde experimentar sobre nuevas formas de participación política dirigida por jóvenes, poniendo el foco en la creatividad y arte como catalizadores democráticos.
Siguiendo el camino abierto por Habermas, para quien la partipación política no es otra cosa que “una práctica común sólo a través de cuyo ejercicio los ciudadanos pueden llegar a ser aquello que ellos mismos desean ser: sujetos políticamente responsables de una comunidad de personas libres e iguales”, la Escuela de Creatividad y Democracia se propone formar a una nueva generación de facilitadores, organizadores, investigadores y comunicadores que aporten a los procesos de participación, además de los aprendizajes propios de la deliberación democrática, una mirada basada en el poder emancipador de la cultura.
La cultura nos ayuda a saber observar y saber reconocer quiénes deben ser escuchados, cuál es la mejor manera de escuchar y cómo es posible comunicar de forma más creativa para que nuestras propuestas como sociedad civil sean escuchadas.
Este espacio de formación y experimentación no parte de cero. Aquí encontrarás proyectos que trabajan con el teatro legislativo, las historias comunes y la visualización de datos situando a la juventud como protagonista. También, comunidades como creadoras de su propia narrativa y configuradoras de un futuro decidido por todas.
La Fundación Platoniq ha trabajado extensamente en derribar muros para promover enfoques inclusivos y de diseño inspirados en la justicia, centrándose en prácticas deliberativas de toma de perspectiva para fomentar la empatía a través de la co-creación y la creatividad. También dentro de las organizaciones sociales, planificando la estrategia de manera participativa para encarnar futuros deseables para la organización y para el mundo.
A pesar de la crisis ecológica, el aumento de la desigualdad y el auge de los autoritarismos, siempre estamos a tiempo de tomar las riendas y reapropiarnos del futuro tomando decisiones colectivamente.
Para poder diseñar el futuro esperanzador que queremos, primero debemos ser capaces de imaginarlo. «El progreso es la realización de las utopías», decía Oscar Wilde. «La utopía sirve para caminar», añadía Eduardo Galeano. Desde aquí reivindicamos la fuerza de esta idea y abrimos las puertas a otros mundos posibles. Mundos que se comprometen con el fomento de la movilización ciudadana desde el potencial cohesionador y accionador de la creatividad y el arte.
Las ilustraciones que acompañan esta edición, de Jean-Louis Vidière Ésèpe, son una revisión de un género clásico: les vanités. Nos remitimos a esas pinturas que evocan la fragilidad de la existencia para reconocer que, efectivamente, nuestra vida es fugaz. Sin embargo, en nuestras manos está dejar un legado digno a las generaciones futuras para que puedan seguir con sus vidas, también frágiles y finitas, pero que valga la pena ser vividas.