Storias

Precious

12/mayo/2022 por Evelien Vos
Ilustración para 'Precious' por Gonzalo Sainz Sotomayor
Evelien Vos

Evelien Vos

Escritora

Evelien Vos estudió Ciencias de la Gestión y Organización en la Universidad de Utrecht. Trabajó como investigadora durante seis años (Universidad de Utrecht y Grupo DSP) y desde 2016 escribe, entrevista y presenta para diversas organizaciones. Eveilen colaboró con Platoniq escribiendo las historias de Ahmed y Precious para el proyecto europeo CultureLabs.

Esta mañana me he despertado otra vez con la pequeña Charissa. Le están saliendo los dientes y llora un montón. Tampoco es un problema, me gustan los bebés. Cuando vi que ya no me iba a poder volver a dormir, salí de la cama y me hice un té.

Precious

Tiffany también estaba en la cocina, calentando leche. Tenía cara de no haber dormido nada. Es nigeriana como yo y es buena gente, pero no hablamos mucho. Su marido conoce a otros nigerianos aquí en Ancona. Son traficantes. Ya sé que hay que llevarse bien con los traficantes, pero también te hace sentirte un poco sola. Es mejor no fiarse de nadie.

Me asomé por la ventaba de la cocina y parecía que se estaba despejando. El cielo estaba lleno de esos pájaros negros que están por toda la ciudad, y olía a mar. El mar me sigue gustando. Si no tengo cosas que hacer, a veces doy un paseo sola junto al mar y miro los barcos grandes llenos de turistas.

Hoy lo hice. Ayer me llamó Ismael por teléfono y me dijo que me iba a recoger a las diez de la mañana para llevarme con ese hombre que ya he visto varias veces, un hombre blanco y bajito con el pecho peludo. Lleva un colgante con una cruz dorada, huele muy mal y a veces grita cosas que no entiendo. Pero solo es una hora.

Después de mi té y las sobras del arroz de anoche, me duché antes de que se levantara mi compañera de habitación. Me puse un vestido corto con manga larga que me dio otro hombre, y los tacones que me dio el traficante. Me miré en el espejo del baño y me vi bien, guapa. A veces me recuerdo a mi madre, aunque yo apenas tengo veintiún años y ella debe de tener más de cuarenta ya. Tengo sus ojos. Ella tenía unos ojos muy amables, aunque siempre estaba cansada y a veces, borracha.

Ismael llegaba tarde, así que di vueltas por la calle esperándolo. Hay mucha piedra en Ancona. Eso fue lo primero en lo que me fijé cuando me vino a recoger la profesora para la clase de italiano. Era muy guapa y simpática, y de camino a la escuela me enseñó dónde estaba el médico y me dijo que también había un psicólogo, alguien con quien puedes hablar de tus problemas.

—¿Para qué? —le pregunté.
—Para ayudarte con las experiencias traumáticas —respondió.

No sé qué es eso, pero me sonó muy raro. ¡Contarle tus problemas a alguien!

Después de media hora caminando llegamos a la escuela, y allí di mi primera clase en un grupo con quince personas más. Creo que tenemos dos horas de clase, cuatro días a la semana. ¡Imagínate, cuatro días! Después de la primera clase me di cuenta de que esto no era para mí. Hay que leer mucho y yo sé leer, pero tampoco soy una experta ni nada. Creo que el aula no es lo mío.

Ismael llegó como media hora tarde y estaba raro. A lo mejor se había drogado. Yo no me drogo, no me gusta la idea. No hablamos mucho. Puso música y me llevó al piso que alquila en una zona mala de la ciudad.

De camino al piso pasamos por el juzgado de Ancona, un edificio muy grande con ventanales altos. La policía no quiso darme los papeles para poder quedarme, así que tuve que ir al juzgado y contar mi historia otra vez. En Europa la gente quiere que cuentes tu historia, pero nunca sé dónde empieza esa historia que quieren, qué contar y qué no. Bueno, hay cosas que están claras. Como dije antes: ni una palabra acerca de los traficantes. Ancona es como una telaraña, todos los nigerianos se conocen y te observan a cada paso que das. Si dices algo de los traficantes, estás muerta. Eso es lo único que tengo claro. Así que no les dije nada de los traficantes y conté la historia de mi sobrina y del barco otra vez, pero después la señora de COOSS que me acompañó al juzgado me dijo que esta historia era diferente de la última que había contado.

Me miró con tristeza y me daban ganas de decirle que no estuviera triste, pero tampoco quería ser maleducada. Me preguntó de dónde había sacado los zapatos y el bolso y supe que ella sabía algo, pero solo le dije que conocí a una mujer en la iglesia y que ella me los dio. «Tienes que tener una historia coherente, es tu única posibilidad para quedarte en Europa», me dijo. No sé lo que significa coherente, pero creo que me las arreglaré. Estoy segura de que Dios cuidará de mí. Así que le sonreí, y ella me sonrió.

Aunque supe que la había decepcionado, la mujer me llamó esa misma semana y me dio la oportunidad de hacer algo agradable. Sabía que yo me cosía la ropa y la ropa de mi hermana, y me contó que había unas clases de costura una vez a la semana. Primero me dijeron que no podía participar en las clases porque no hablo italiano, pero al final otra chica no quiso ir y pude ocupar su lugar. Tuve suerte. Las clases eran unos ratos agradables. Al principio me sentí un poco tonta, porque no estaba acostumbrada a este tipo de agujas y a estas telas, pero los profesores me ayudaron y me sentaba bien estar rodeada de mujeres. A veces no hacía nada y cerraba los ojos unos segundos, y sentía mucha paz.

«¿Te gustaría montar tu propia empresa en el futuro?», me preguntó una de las profesoras en un descanso. Vio las cicatrices de mis brazos y supe que también quería conocer mi historia. «A lo mejor», contesté riendo. No le dije que no soy coherente.

Las clases terminaron a los ocho días. Fui a todas. Ahora mis semanas están un poco vacías otra vez. Como hoy, que lo único que he tenido que hacer ha sido ir a estar una hora con ese hombre blanco. Pero no pasa nada. Después cogí el autobús con el dinero que me dio Ismael, me compré un batido con lo que me quedaba y me senté en un banco del puerto a mirar los barcos

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